viernes, enero 22, 2010

Ya, en librerías...


Ahora sí ya se puede conseguir El tamaño del ridículo y Sensacional de contracultura en librerías de todo el país.

Un par de comentarios sobre El tamaño del ridículo:
Rogelio Villarreal dedica varias de sus páginas a retratar transcursos culturales que en un futuro podrán lograr el cometido histórico. Por lo mismo, no es casualidad que uno de los perfiles más vigorosos que aparecen en El tamaño del ridículo sea el de Ryszard Kapuscinski. Algunas líneas resultan suficientes para dar con la vocación de ese gran periodista que hizo historia. Puntos de vista generales que vigorizan las particularidades. Complejos panoramas que no se pierden en nimiedades, que no escatiman una crítica que se fortalece con la óptica de larga duración que contados periodistas tienen. —José Mariano Leyva en "Entre la historia, el periodismo, la fugacidad y la crítica sagaz", prólogo a este libro.

El destino de Rogelio es el de editor y escritor de culto, no el del consagrado, emérito o vaca sagrada. Y qué bueno que así sea para mí como lector. Ya “tenemos” bastantes señoritos y señorones de la República de las Letras y del topus uranus de la academia para que hagan el trabajo de la trascendencia civilizatoria y el pastoreo educativo y moral de los ciudadanos. Que sigan siendo ellos los que eleven las fosas nasales y se toquen la barbilla cada vez que haya que emitir un juicio fundamentado sobre los temas trascendentes, o una opinión basada rigurosamente en su erudición. Otros —tal vez no soy él único— preferimos al que ha proclamado en la portada de su revista las ruinas del país, desde que muchos —señoritos y señorones entre ellos— celebraban el advenimiento de la democracia como fase superior de su capitalismo (el de ellos, pues). Y mucho antes del diagnóstico del Estado fallido. Antes de que mexicanización se hiciera una palabra negativa entre colombianización y pakistanización. A Rogelio Villarreal le toca hacerla de gitano de su oficio, porque se comporta como el que no tiene nada qué perder ni por ganar, como no sea congruencia consigo mismo. —Héctor Villarreal, en "Epílogo: incitación a la gitanería", epílogo a este libro.

El tamaño del ridículo, Rogelio Villarreal. Prólogo de José Mariano Leyva; epílogo de Héctor Villarreal. Guadalajara: Ediciones Arlequín, 224 páginas, 150.00 pesos.


Tres comentarios en la contraportada de Sensacional de contracultura:

Esta colección de ensayos es un viaje ameno, creativo e inquietante por los sótanos de la cultura mexicana, con irreverentes intromisiones en la cocina donde se hierven las famas. La excelente prosa —ágil e imprudente— de Rogelio Villarreal nos descubre aspectos de la vida intelectual y política que sólo pueden ser vistos desde la llamada "contracultura". Nos ayuda a mirar los hilos ocultos que unen el underground con el establishment. Demuestra que de la procacidad "contracultural" surgen nuevas sensibilidades y sensateces. —Roger Bartra

Si cultura es una palabra resbaladiza, peligrosa, mucho peor es contracultura, con la que los tropezones son frecuentes, pero es al parecer la especialidad de Rogelio Villarreal, quien ha dedicado su vida adulta a las publicaciones que entran en la definición de contracultura y a escribir opiniones donde la irreverencia va apuntalada en el dato y la reflexión, como ocurre también en las revistas que ha dirigido. En este volumen ofrece una primera parte con el panorama de las revistas creadas, dirigidas y hasta vendidas de mano en mano por él desde mediados de los años ochenta: veinte años de referencias a suplementos culturales y otras publicaciones cuyos links (diríamos ahora) nos llevan a polémicas, simpatías y enemistades entre personajes de nombres hoy imprescindibles al hablar de literatura o política. Villarreal se pregunta hacia el final si la contracultura ha perdido la batalla. En esas páginas nos enteramos de cuál es esa batalla.

En la segunda parte recorre temas conocidos por un público más amplio: desde el sup Marcos hasta el frenesí de Andrés Manuel López Obrador, pasando por la revisión escrupulosa del caso Digna Ochoa, un suicidio convertido en martirio por aclamación de asamblea y votación a mano levantada.

Rogelio Villarreal ofrece también “notas sobre rock, cultura y política [1986-2007]” que a muchos lectores traerán nostalgias, a otros producirán irritación y a otros más algún arrebato de cólera. —Luis González de Alba

El tono de estos ensayos es abiertamente beligerante, pero no menos reflexivo. Rogelio Villarreal es una suerte de discípulo de Diógenes, en el sentido en que Jonathan Pollock describe al filósofo en ¿Qué es el humor? (Barcelona: Paidós, 2003): "A diferencia de Sócrates, adepto al diálogo amistoso, Diógenes practica la réplica y la invectiva. Incita a su auditorio a sustraerse a la opinión corriente (doxa)reprendiéndole y tomándole el pelo".

Sensacional de contracultura es un documento ameno y de obligada referencia sobre el trastabillante devenir de la "contracultura" mexicana y de cómo la política —del centro a la izquierda y a la derecha– ha sido un pesado lastre para el desarrollo de una cultura libre de atavismos. —Ariel Ruiz

Sensacional de contracultura, Rogelio Villarreal. Prólogo de Jorge Flores-Oliver. México: Ediciones sin Nombre, 2009. 340 páginas, 180 pesos.

miércoles, enero 06, 2010

El desencanto


Una nota publicada en dos partes en Milenio Semanal sobre El desencanto, libro reciente de José Woldenberg.

I. En Koba el Terrible. La risa y los veinte millones (Anagrama: 2002) Martin Amis reflexiona sobre la militancia en el Partido Comunista británico de su padre, el también escritor Kingsley Amis —ya en su vejez un gruñón conservador—, y sobre la muerte a los 46 años de su hermana Sally debido al alcoholismo, lacerantes coordenadas con las que empieza a trazar la biografía de uno de los mayores criminales de la historia: José Stalin, a quien apodaban Koba en su niñez. Un libro que tarda en arrancar entre testimonios personales y que se desdobla súbitamente en otro que contiene la historia del régimen de terror soviético que segó la vida de al menos veinte millones de personas —otros cálculos, dice Amis, elevan esta cifra hasta cincuenta millones. Dos libros en uno que corren como ríos subterráneos en la narración de la tragedia familiar y del asesinato de una parte de la población de la vasta Rusia mediante las miles de ejecuciones, la hambruna deliberada y el destierro masivo al Gulag. Amis expresa su azoro ante la opinión generalizada de que Hitler fue aún más malvado que Stalin, desconcierto que lo lleva a reprocharle a su padre y a la intelectualidad inglesa y europea de izquierda los remilgos para reconocer los crímenes del estalinismo y la negativa de muchos de ellos a difundir las atrocidades. Por pusilanimidad o para no “hacerle el juego al imperialismo” todos ellos fueron cómplices, finalmente, del horror, acusa Amis. Ya vendría un historiador francés a enmendarles la plana: en La gran mascarada (Taurus: 2001) Jean François Revel establece la simetría entre el nazismo y el estalinismo, desnudando al comunismo de su falso ropaje moral. Para Stalin la muerte de un millón de personas era solamente una estadística, recuerda Amis. No, dice el escritor, se trata de un millón de tragedias. Por eso abre y cierra su valioso y extenso relato con una tragedia personal, la muerte de su hermana, tan lamentable por su entrañable cercanía como la de millones de desconocidos inmolados entre 1917 y 1953 en la sangrienta edificación de una “nueva sociedad”. Sin embargo, se duele Amis, aún hoy entre amplios sectores de la izquierda del mundo la dictadura de Stalin tiene “mejor” reputación que el régimen del Tercer Reich.

José Woldenberg ensaya algo parecido a Koba el Terrible en El desencanto (Cal y Arena, 2009), la biografía a medio camino entre el relato testimonial y una ficción apegada a los hechos de un personaje inspirado un poco en su propia militancia izquierdista, pero sobre todo en la de Manuel Martínez Peláez, llamado simplemente Manuel en el libro, aunque hacia el final el nombre se desvanece. En El desencanto se entreveran también dos libros que se complementan. Uno es la historia del entusiasta Manuel sindicalista y la del hombre de partido; la del primer desencanto: el Consejo Estudiantil Universitario y su conservador rechazo a las reformas que las autoridades universitarias proponían para la UNAM; la del segundo desencanto, esta vez con el naciente Partido de la Revolución Democrática y su agrupación en torno a Cuauhtémoc Cárdenas; la del tesonero funcionario público en el Instituto Federal Electoral; la del tercer desencanto: ahora ante el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el elogio de la violencia y, finalmente, el último y quizá más duro desencanto: la reacción de la Coalición por el Bien de Todos y su líder ante la derrota electoral de 2006.


II. En El desencanto José Woldenberg apuntala la biografía de Manuel —sindicalista y militante de izquierda— con textos que narran la decepción de siete célebres escritores y militantes comunistas ante el imperio del terror que se vivía en la Unión Soviética. Semblanzas que avanzan sinuosamente en el mismo sentido que los empeños de Manuel: del entusiasmo y la entrega a una causa a la decepción devastadora, como le sucedió a Arthur Koestler, Howard Fast, André Gide, Ignazio Silone, José Revueltas, Victor Serge y George Orwell (aunque éste no fue comunista). Pero, como ellos, también practica la crítica feroz y entiende la urgencia de recuperar la ética para la política.

Manuel creía que el proceso de democratización de México iniciado con el movimiento estudiantil de 1968 se concretaba poco a poco en la formación del sindicalismo universitario, la reforma electoral, la legalización de la oposición comunista y la fundación del PRD, así como en la creación de instituciones que garantizaban la legalidad de los procesos electorales. Por eso rechazaba la vía armada, la de la guerrilla de los años setenta y la de los neozapatistas en 1994: “Los medios nunca son anodinos. Modelan los fines y a quienes los utilizan”, decía. Por eso también su enojo ante la reacción de López Obrador y su invención del fraude después de unas elecciones vigiladas por miles de ciudadanos y representantes de todos los partidos en casi todas las casillas del país.

Los pasajes entresacados de las obras de aquellos célebres desencantados funcionan como contrapunto a diversos momentos en la actividad política de Manuel. Como la frase de Rubachof, personaje de El cero y el infinito, de Koestler, cuya resonancia aún perdura: “El Partido no se equivocal jamás. Tú y yo podemos equivocarnos. Pero el Partido no. El Partido, camarada, es algo más grande que tú y que yo y que otros mil como tú y como yo. El Partido es la encarnación de las ideas revolucionarias en la Historia...” Sin embargo, a Rubachof “cada vez le cuesta más trabajo creer en esa vanguardia” y se cuestiona amargamente: “Todos nuestros principios eran buenos, pero nuestros resultados han sido malos... Nuestra voluntad era pura y firme, debíamos haber conquistado el amor del pueblo. Pero éste nos detesta. ¿Por qué somos tan odiosos y detestados?” A su vez, Manuel se pregunta por qué la izquierda mexicana no hizo nunca una crítica tajante al totalitarismo comunista. En el caso del PRD eso se explica, piensa, por la raigambre priista de muchos de sus nuevos integrantes.

Al final de su vida las ilusiones de Manuel, o del protagonista que ya ha perdido su nombre, han dejado el lugar a “convicciones elementales que le parecían fundamentales: lograr un país equitativo con un ambiente para la coexistencia de la pluralidad política e ideológica”. Ya no anhelaba el paraíso en la tierra pues “estaba convencido de que esa pretensión generaba más bien infiernos terrenales”. Decepcionado también de la irracional izquierda mexicana, muere mientras duerme.
Aunque El desencanto narra con fluidez las aspiraciones de una generación defraudada, quizá habría sido preferible un testimonio sin esas innecesarias pinceladas de ficción, que no aportan gran cosa, y con menos errores (al líder magisterial Othón Salazar se le cambia el nombre por el de Abel) y descuidos tipográficos. En este tipo de obras se echa de menos la destreza literaria de, por ejemplo, Martin Amis al reconstruir la historia de Koba el Terrible.